lunes, 19 de septiembre de 2011

CONSTRUYENDO CASTILLOS DE HIDRATADA ARENA

Un amigo me pidió -o me puso el desafió- de escribir algo sobre Cardoza, para lo cual debo de persignarme para no cometer una herejía y si la cometo pues ya tengo el perdón por adelantado.




Mitificar un mito, interpretar las palabras a través de los silencios suspensivos , encaminarme hacìa un universo de posibilidades por medio de la Vía Láctea de los Mayas , encontrarle el valor a las sandalias rotas , escribir -o no - mis propias santas escrituras, pensar y disfrutar pensando en la ropa interior de las bailarinas, escribir lo que me salga de lo huevos , dudar si fui yo quien le dio la esponja con vinagre al moribundo de la colina en llamas, , hablar con la zozobra de mi espanto.
Él se comió los calendarios, Cardoza es una mentira de los dioses, él conoce a los dioses, Cardoza inventó a los dioses.
Es prácticamente imposible -a mi parecer- no tener una visión caleidoscópica de la vida en toda su dimensión después de haber leído a Cardoza, quien no la tiene considero que no lo ha leído.
La palabra esperanza acompaña a las letras de Don Luis, el navega en barcos de papel por un Rio, rio que desemboca en un océano de realidades o de ficciones, da igual, al final él es el creador de las dos, cualquier camino que tomemos lo encontraremos a la vuelta de la esquina con un costal de preguntas sin respuestas.
La ciudad estática y perversa, símbolo de belleza pasajera, es aquí donde nació el niño de excesivos años, el joven meditabundo, el chamán de las imágenes, el sumo pontífice de las palabras, el arquetipo del imaginario.
Viendo romper al viento las formas de las nubes del cielo antigüeño, dejando únicamente unas fugases imágenes de lo que fue, comprendí que intentar descifrar a Cardoza es romper el hilo conductor de toda una memoria de infancia que es y que perdura, como lo hace él en mi mente y en mis torpes letras.
Nunca antes había sufrido tantos exorcismos como los que he tenido leyendo a Cardoza, me a hecho afrontar mis fantasmas que provienen del infierno de mi memoria y mis más impuros deseos.



Gerardo García Del Cid
poeta gastronómico
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